21 de abril de 2010

Caleidoscopio óptico

La primera vez que oyó la palabra caleidoscopio tenía cuatro años. Cuatro. Menuda palabra para un juguete que, en teoría, es para niños. El caleidoscopio llegó de la mano de sus padres, y fue un regalo de esos que vino para quedarse. Nunca hubo otro, fue su fiel y leal compañero a medida que iba creciendo. Desde que se sentaba en aquella diminuta silla verde, el caleidoscopio había estado allí; siempre dispuesto a enseñarle alguna realidad nueva, distinta a la que había visto la vez anterior... y siempre distinta a aquel mundo real en el que se encontraba.

Su tiempo perdido residía en un caleidoscopio del MoMA. Lo encontró una tarde de marzo, subida en un taburete, cuando ordenaba sus libros de infancia.

**Propuesta de Obaobab**

4 comentarios:

obaobab dijo...

me gusta que los tiempos perdidos estén guardados en un caleidoscopioi

Coverdale es Dios dijo...

qué caleidoscopio tan exclusivo, neoyorkino... pero nada de tiempos perdidos, tiempos pasados quizás, pero perdidos nunca :)

Charo dijo...

del MoMa, je, je

Miguel dijo...

He tenido que ir a por mi caleidoscopio para recordar esos tiempos que dices...gracias :)