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17 de diciembre de 2010

A la deriva

Me fui durante un tiempo a vivir a la deriva.
Me alojé en los rincones más oscuros de la noche, 
y al despertar descubrí el vacío del sin nombre.
Me conformé con sentir, a solas, sin reproches,
y al regresar encontré la soledad del pobre. 
Me dediqué a divagar obviando el derroche
y amaneció otro vez, mas no quedaban hombres.

Me fui durante un tiempo a vivir a la deriva...
Y al retomar lo que fui, fallé;
y al intentar despegar, volqué;
y al perseguir un lugar, erré;
por tratar de alcanzar lo que perdí en la partida.
por querer encontrar las promesas no cumplidas. 

24 de octubre de 2010

Te podría contar...

De cuando la vida te empuja y te devuelve al lugar donde no eres.
De cuando el silencio te puede y acabas susurrando, a voces, aquello que más duele.
De cuando la presencia hiere y la ausencia, simplemente, agrede.
De cuando el tiempo se detiene y unos ojos descubren que te pierden.
De cuando el dolor se abstiene y vacío, por dentro, enloqueces.

24 de mayo de 2010

Si fueras invencible en tus pasos de aliado,
te perseguiría en mis sueños
sin tratar de recomponer los restos de un naufragio
que salió a flote aquel invierno.
Cuando dejé que el mar y la sal 
se llevaran lo que quedaba de nuestra mísera existencia;
ésa que nos alumbra en la penumbra y nos deja llorar
la soledad de la cordura que nos acecha, sin remedio.


Porque estar locos era mi recuerdo preferido.
Enrocados en la hostilidad de estar y ser un ser sin esperanza.
que luchaba contra la zozobra del mástil de mi empeño,
te encontré vacío, sin miedo.
Curadas las heridas, se acabó el destierro.
Me esperabas reflejado en los restos de alquitrán en el lavabo
y en un pintalabios que se ahogaba en su silencio.

12 de febrero de 2009

Poesía de Primaria de una licenciada.

¡Ya está aquí la primavera!
Esa que la sangre altera,
estamos en San Valentín,
pero yo ya siento el calorín.

No hay signos de flores,
pero los árboles ya tienen brotes.
Y yo en febrero broto y boto.
duermo mucho, como poco.

Río sin sentido,
¡menudo sentimiento mezquino!
Soy como una adolescente,
hormonada, efervescente.

Desde mis más tierna infancia,
sufro esta desgracia,
el síndrome primavera,
¡tontería quinceañera!



y este es el motivo por el que soy una mujer de prosa.

12 de mayo de 2007

palabras (post-)adolescentes I

"No hay peor sensación que sentirse solo cuando se está rodeado de gente."


Comes aire constantemente, sin masticar, lo tragas un número infinito de veces y aprietas puños y dientes mientras cierras los ojos para imaginar que una multitud te rodea. Una multitud a la que puedes tocar, de la que no te separa una pared invisible. Una multitud que te permite comer algo más que aire oxigenado.

Sufres una hiperactividad incontrolada, haces y deshaces, o parece que haces y deshaces, porque al final, simplemente, no haces. Piensas, luego existes, pero tu cerebro está dividido y va en dos -o más- direcciones contrarias, siendo incapaz de coordinar la velocidad de los pensamientos y la velocidad de los no-actos.

Vuelves a abrir la boca para comer -porque no respiras, sino que comes- un poco de aire, pero mientras lo tragas sientes que te falta el aire, y entonces intentas respirar -ahora sí- más aire y te sientas, y te pones de pie, y te vuelves a sentar, y te levantas y te das cuenta de que no puedes parar porque estás mezclando el acto natural de respirar con la ingestión de aire como vía de alimentación.

Y tus pensamientos siguen con sus ritmos paralelos y sus ritmos perpendiculares: la parte izquierda piensa A, la derecha X, pero a su vez tu cerebro tiene que dar las órdenes de la respiración-alimentación, del movimiento, y de ocho millones de actividades más de las que no eres consciente, con lo que al final tienes un cortocircuito cerebral que sólo puede chocar contra la pared invisible.

Recorres el pasillo unos veinte millones de veces: entras y sales, abres y cierras puertas, cierras y abres ventanas y mientras tanto intentas seguir con tu peculiar forma de alimentación... De pronto decides tumbarte y contar hasta diez. Cuando llegas a ciento cincuenta, con la boca abierta para ingerir el último pedazo de aire de la jornada, apretando los puños y los ojos para no ver la realidad de la que llevas unas horas huyendo, te abrazas a ese aire del que te alimentas y te quedas dormida hasta unas horas después, cuando vuelves a abrir los ojos, vuelves a comer oxígeno y vuelves a estar sola con tu cortocircuito y tu pared y tu pasillo.