8 de marzo de 2010

Papel y tiza

Cuando se enfrentó a aquella primera jornada nada se parecía a sus recuerdos de infancia. Aquel mundo era distinto: un ordenador y un cañón presidían la clase, y la pizarra se había transformado en un encerado virtual, de pantalla táctil, que resultaba bastante más incómodo que la ecuación tiza-borradorllenodepolvo tradicional. Cuando pensaba en dar clases, soñaba con volver a aquellos momentos de su niñez que tanto recordaba. Pensaba en volver a recortar figuras de papel, "sin salirse de la línea", lo que le costaba un triunfo por tener que usar tijeras para diestros en un mundo que no estaba diseñado para los zurdos. Pensaba en el olor de la tiza, que se quedaba impregnado en la manos y en la ropa; aquel olor seco y desagradable, tan característico y tan capaz de transportarte a un patio de colegio donde se jugaba al cascayo, o se garabateaban nombres en una pared. Lo que más recordaba, sin embargo, era la extraña combinación tiza+papel, aquellos momentos en que solía escribir con una tiza blanca sobre un folio blanco mensajes solamente comprensibles para ella y su fantasía.
Nada de eso parecía seguir existiendo aquella mañana. Incluso el mundo le parecía mucho más pequeño. La frialdad de aquel momento le extrañaba, pero tampoco le disgustaba demasiado. "This is progress", se decía, y quién sabe, puede que aquellos que hoy la acompañaban en unos años recordaran el olor del proyector, o las imágenes que aparecían misteriosamente en la pantalla, igual que ella recordaba el olor de la tiza o las fotografías que se pegaban con Blue-tack en el encerado años atrás.
En algún momento llegó a pensar que no era la misma persona, y que aquella no era la misma habitación donde tantas horas había pasado. Sin embargo, fue un pequeño detalle, algo que no esperaba, lo que finalmente le hizo darse cuenta de que ella y el lugar eran los mismos. Al ponerse en marcha se dio cuenta de que tenía los pies helados, como siempre que pasaba más de treinta minutos en aquella clase. "Tanto progreso y no han sido capaces de arreglar la calefacción," pensó, "mañana tendré que retomar el hábito de ponerme dos pares de calcetines".


**Propuesta de Coverdale es Dios.**

7 comentarios:

obaobab dijo...

me gusta recordar el olor seco de la tiza, y el polvo del borrador.

Ahora tus manos ya no se mancharán cuando estés dando clase. Pero todo puede ser igual que antes, si se quiere.

Coverdale es Dios dijo...

profe de alma y corazón, con tizá o cañón lo mismo da :)

Lo de la calefacción es también cuenta pendiente del Milán, eso no lo olvidaré... morriña...

Tiny dancer dijo...

NOTA: Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia. Las clases de New Paltz tenían tiza, además de cañones, y precisamente frío no hacía... pero había que meter calcetines en la entrada! xD

Charo dijo...

¿Cualquier tiempo pasado fue mejor? Depende...
El olor de la tiza mola, peor ¿recuerdas cómo quedaban las manos de secas?, ja, ja.
Con el cañón lo más que puede pasar es que no funcione, pero no da grima.

Miguel dijo...

Siempre odié el tacto de la tiza en mis manos. Me las dejaba secas y "raras". ¡Vivan los cañones!
Pero...¿qué me dices del olor a estuche? sí, sí, ese olor al abrirlo, lápiz y goma, tinta de boli, papelitos, virutillas...

LiZ dijo...

:)
¡Qué bien! Qué bien...

PD: Aquí en Rusia hay calefacción y te puedo asegurar que lo de los pies fríos...no tiene arreglo.

Besos fresquitos

Ceceda dijo...

me hiciste recordar las pizarras de mi infancia, pero aquellas las usábamos con unos pizarrines duros, no sé de qué eran, pero daba una dentera terrible cuando los arrastrabas por la pizarra que iba rematada de madera.¡¡¡qué recuerdos!!!
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